"La soledad del que va en autobús"

En un autobús, uno puede sentir una desconexión de su entorno, las personas a menudo están inmersas en sus pensamientos, distraídas con sus teléfonos o simplemente enfocadas en llegar a su destino.  Para algunos, el tiempo en un autobús es una oportunidad para meditar, leer o contemplar la vida sin interrupciones. Para otros, puede ser una sensación de aislamiento, como si el bullicio del mundo exterior no pudiera penetrar su espacio personal. En este espacio colectivo, podemos sentirnos más solitarios que nunca, una soledad introspectiva en medio de la multitud.

Pero suele ocurrir que algún pasajero solidiario se dedique, por ejemplo,  a ver su  telenovela preferida en su móvil, sin auriculares. Debido al ruido ambiental del propio colectivo es posible que aumente el volumen, ya que anda algo duro de oído. Es espectacular y reconfortante para todos, claro. María de los Dolores acaba de salir de su estado de AMNESIA y descubre que su tía no es su tía, es su perro con la cirugía estética. La señora se pone a gritar desconsoladamente que si no es adoptado, durante lo que parecen ser 20 minutos.  El destino de algún pasajero llega antes y nos abandona, pesaroso,  antes de que cese el espectáculo. El resto nos mantenemos todos entretenidos escuchando gritos de agonía.

Por si alguno de nosotros andaba encerrado en sus propias preocupaciones o reflexiones, Ana María de los Dolores nos ha transportado sin permiso a un mundo bizarro de poco presupuesto. No ha sido una invitación sino una imposición y todos estamos encantados de que este amable pasajero comparta sin tino sus hobbies a volumen de discoteca. Yo sinceramente es lo que necesito a las 8 de tarde, después de un día de trabajo.
De corazón te damos las gracias por tu civismo, estimado viajero. Y esperamos que Esperanza de los Dolores se recupere de tan trágico acontecimiento.
 

El peso de lo invisible

Hay un mundo allá afuera,
un precioso cielo que se extiende sin fin,
Un profundo océano del revés
donde las olas no se alzan,
sino que caen, pesadas.
Un horizonte que se estira,
amplio, inmenso, sin bordes.

Afuera el mar está ahogando aceras y amaneceres, los pasos no se me mantienen,
el afán por aferrarme al suelo pesa sobre mi ser,
igual que una sombra densa y muda,
Los brazos se agarrotan,
como si el agua los retuviera,
Los hombros se descuelgan,
cansados de sostener un cielo que nunca cae.
Atrapada en mi propio laberinto, dibujo puertas a lápiz sobre duras y gruesas paredes de hormigón.

En mi pecho, un silencio roto,
donde el miedo se enreda
y nunca se va.

Afuera, de nuevo las calles resuenan vacías y frías,
Ríos caudalosos y fanganosos,
donde me ahogo sin control.

¿Y si no encuentro la manera de volver?
¿Y si el mundo se deshace mientras estoy allí? 

Las miradas son flechas,
cada ruido, un trueno mortal.
El aire se siente distante,
cada paso, un abismo sin fin, invertido, en donde podría caer hasta cualquier extremo del planeta, que gira incesante.
Con mis manos agrietadas deslizándome por un gigantesco bloque de hielo,liso, temiendo la inevitable caída de la mismísima Tierra.

Disipándome. 
Desvaneciéndome entre sombras de horror.

Ay, pero la libertad aunque esquiva, a veces, puede ser acariciada y atesorada. Alzarme por encima de todo, ligera y liviana, mientras viva.