lunes, 3 de agosto de 2009

Pto. de la Cruz




No se veía un alma en la playa de la avenida de Colón. No le extrañaba porque hacía frío. Se había pegado un pateo hasta la estación, había pasado por mercadona y se había aprovisionado (empanadillas de atún  y coca cola), y había estado cuarenta y cinco minutos en la guagua con Tchaikovsky a todo trapo  para no oír la cadena dial preferida del chófer. Y ahora hacía frío. No importaba.

Si algo relajante tiene la playa es su ruido. Las olas que quiebran al mar te desconectan un poco de todo lo demás.
Las piedras estaban lisas por su vaivén. La erosión había supuesto un tiempo, y las había ayudado a  compartir su recorrido con menos dificultad. Se habían adaptado.


-Como las personas, pensó.

Pero esa idea parecía sacado de un libro de autoayuda, más bien era la idea que anhelaban las personas. Cada día estaba más convencida de que ocurría justo lo contrario. Los adultos se volvían rígidos y alejados. En algún momento tuvieron que obviar ciertas emociones por necesidad y ahora se habían quedado así.
Uno de niño no los entendía. ¿Por qué esta gente se volvía tan preocupada y triste? Y siempre se están quejando.Y serios. Ellos decían que eran porque tenían muchos problemas. Pero no se trataba solo de eso. Los adultos se cansaban rápido de las situaciones. Sabía que existía antes de saber su nombre, se ocultaba en sus palabras toda la insatisfacción, la envidia, la inseguridad, la mediocridad: el sarcasmo.
A esa edad no se sabía cuál era el fin de actuar así. Solo que se escondía algo. Fuera lo que fuera le pareció rebuscado y poco práctico.

Tenía una toalla que llamó la atención a un pastor belga negro que decidió realizar un sprint desde la avenida hacia ella. El perro venía con una cara de alegría que era imposible pensar que venía a atacarla, a no ser que fuera un perro zorro. Pero se sabe que los perros zorros se acercan  haciéndose los zorros.

Se quedó feliz olisqueando la toalla, y ella feliz mirando. Desde el otro extremo de la playa la dueña daba voces, pero el perro alegre estaba ocupado viendo los diferentes tonos de grises que para él tenía la toalla colorida de esta, nuestra humilde personaje.
Su dueña por fin se acercó con un vago caminar. Daba la impresión de estar molesta porque su perro había puesto en evidencia su autoridad. Para entonces el perro feliz se había olvidado de la toalla y había investigado unos metros más allá con la nariz llena de arena, sin mucho éxito en la búsqueda. No lo tenía enseñado, el perro le hizo caso ya cuando estaba justo a su lado.

Afuera habían unos surferos aburridos porque las olas venían muy cerradas. Posiblemente los mismos surferos que siempre van, por esa idea tan primitiva de territorialismo de surfers y bugueros; los surf spots.
Aquella gente seguramente no había salido nunca de su isla y decían que esto era lo mejor. Si les preguntabas por sus ideales te soltaban los de azarug y hasta te podían cantar aquello de yo soy un mencey de mi propia tierra el rey, desde una posición de portero de discoteca.
Pero surfeaban.


De camino a la estación paseaba por la avenida esquivando a los tourists furiosos. Los tourists de aquí son muy tranquilos en la playa, la playa es su destino. Allí están relajados y muy callados. Pero antes de llegar están inquietos y desesperados por estar ya allí. Hay que tener cuidado en el supermercado o en el paseo, porque uno puede  ser arrollado por un tourist impaciente.

Se sentó para hacer tiempo y un anciano pasó y se quedó dudando. Ella enseguida comprendió. Si hay algo que nos gusta son las rutinas. Todas las tardes después de su programa favorito el hombre venía a sentarse a este banco, lo había imaginado ahora mismo, diciendo a su mujer que salía un rato, abriéndole la puerta al gato, cogiendo la caja de tabaco.
 Asintío rodándose para un lado y el hombre se sentó. Viendo pasar su tarde, con la mirada de aquél que se siente mucho más joven pero ha de hacerlo a través de sus ojos ajados por el inevitable paso del tiempo, le contó casi menos la historia del sítio en un momento.  Tenía un deje de canario costero que tan nostálgico le resultaba.  Le habló de la importancia de su puerto, del comercio local, del castillo de San Felipe. Le dijo que de joven estuvo trabajando en la fábrica de cemento y que un despiste casi le cuesta la vida. Hablaba con la actitud despreocupada de quien  no tiene cuenta de lo que piensen de uno. A ella le gustaban las historias que describían las cosas con una causalidad más clara. Aquello que no incluía tanto a los sentimientos y pareceres. Si hablaba de un monumento histórico y de quien había estado de paso cuando se construía , y para que se utilizó,  y que a partir de que el puerto de Garachico se convirtiera en Mordor Capital,  comenzó el comercio del vino en esta ciudad,  las opiniones se relajaban, no era como cuando uno te contaba sobre su vida y sus ideas. Eran hechos y estaban ahí, sin tantas contemplaciones. Y eso la tranquilizaba.

Se despidió del lugareño que se había quedado pasmado mirando el paso de unos vendedores ambulantes.

En la estación había un estudiante con apariencia de rastafari casual hablando por los codos a una señora para que firmara una protesta, y ella  le repetía ¡No me aburra joven! El joven se alejó con la música  a otra parte.


Cuando subió a la guagua lo hizo con mejor ánimo y casi no le importó el halo en que se veía envuelto el trasporte público y sus viajeros bajo los efectos de cadena dial.



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1 Comments:

Blogger Unknown said...

Las fotos son increibles!!!!!!!! y el texto no se queda atras. Muy, muy bueno. Te felicito.

Un abrazo.

domingo, enero 23, 2011  

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