En la lejanía oí el respirar ajetreado de una mujer,
dulce y apasionado,
agudo y delicioso.
Me sedujo desde el principio.
La imaginé entregada, lasciva,
con oleadas elegante, sutiles
y enamorada, viva, ardiente y feliz.
Su voz era dulce,
su sollozo elegante, tierno y sincero,
parecía verterse en el infinito.
Tan solo tres hermosos suspiros,
tres exhalaciones inolvidables,
armoniosas y hermosas,
igual que ella.
Y en esos tres suspiros supe
que era yo por quien suspiraba,
y me sentí invencible.
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