Se miró al espejo y estaba congelada. No de un susto, literalmente. Y no en un momento en que uno aun es joven y parece que hasta lo podría agradecer, porque hasta las arrugas marcaban pequeñas grietas en el hielo.
No podía mover los ojos, sus grandes ojos cansados y azules petrificados. Tampoco podía tragar, y el resto del cuerpo era igual, inmóvil. El frío era tan intenso, la cabeza, el cuello, el pecho, los muslos, los pies descalzos, tal era el dolor que ya no sentía nada.
Llevaba un camisón largo muy clásico para la época, cosa tonta, si es clásico es clásico. Su larga melena plateada y ondulada parecía rota sobre aquel camisón del año de la castaña .Todo parecía roto. Si no fuera porque se veía en ese espejo que parecía ser el de su baño, pensaría que estaba muerta. No sentía su corazón, su pulso en el cuello, no respiraba. Si todo esto fuera un sueño luciría mucho más etéreo, pero no le cabía duda que era real, un dolor emocional de este calibre la haría despertar con tan impulso que jamás volvería al mundo onírico.
Cómo había llegado a esto era una buena pregunta.
Aturdida por el shock que le suponía tremendo estado de tortura, intentó recordar la noche anterior, encontrar un motivo o al menos intuir qué fue lo último que vio en la televisión antes de dormir. Recordó la mañana anterior había recibido una noticia, la noticia que le rompió el corazón. Aquello podría explicar lo de los latidos pero no bastaba. El asunto que era reciente la hubiera hecho llorar, y agradeció que ahora no pudiera derramar las lágrimas. También recordó que su hermana la telefoneó recordándole otros asuntos más triviales, que fue a comprar y que al volver cayó en la cuenta de que había comprado para dos.
No hay nada más magnífico que la dejen a una en un día tan frío y lluvioso. Dudaba ante el stop en un tremendo ruido de lluvia que golpeaba el asfalto. Eso era lo que recordaba.
Tenía la esperanza de que el hecho de recordar le hiciera sentir. Era imposible pero imaginaba que el pulso de su cuello volviera y que resquebrajara esa tumba de hielo.
No podía mover los ojos, sus grandes ojos cansados y azules petrificados. Tampoco podía tragar, y el resto del cuerpo era igual, inmóvil. El frío era tan intenso, la cabeza, el cuello, el pecho, los muslos, los pies descalzos, tal era el dolor que ya no sentía nada.
Llevaba un camisón largo muy clásico para la época, cosa tonta, si es clásico es clásico. Su larga melena plateada y ondulada parecía rota sobre aquel camisón del año de la castaña .Todo parecía roto. Si no fuera porque se veía en ese espejo que parecía ser el de su baño, pensaría que estaba muerta. No sentía su corazón, su pulso en el cuello, no respiraba. Si todo esto fuera un sueño luciría mucho más etéreo, pero no le cabía duda que era real, un dolor emocional de este calibre la haría despertar con tan impulso que jamás volvería al mundo onírico.
Cómo había llegado a esto era una buena pregunta.
Aturdida por el shock que le suponía tremendo estado de tortura, intentó recordar la noche anterior, encontrar un motivo o al menos intuir qué fue lo último que vio en la televisión antes de dormir. Recordó la mañana anterior había recibido una noticia, la noticia que le rompió el corazón. Aquello podría explicar lo de los latidos pero no bastaba. El asunto que era reciente la hubiera hecho llorar, y agradeció que ahora no pudiera derramar las lágrimas. También recordó que su hermana la telefoneó recordándole otros asuntos más triviales, que fue a comprar y que al volver cayó en la cuenta de que había comprado para dos.
No hay nada más magnífico que la dejen a una en un día tan frío y lluvioso. Dudaba ante el stop en un tremendo ruido de lluvia que golpeaba el asfalto. Eso era lo que recordaba.
Tenía la esperanza de que el hecho de recordar le hiciera sentir. Era imposible pero imaginaba que el pulso de su cuello volviera y que resquebrajara esa tumba de hielo.
Pensó que tendría un accidente pues, pero tampoco explicara lo del camisón. No habría ido al supermercado en pijama, estaba deprimida pero no era para tanto. Y de ser así hubiese escogido otro más nuevo, es una locura que en ese estado estuviera preocupada por el maldito camisón.
Nuestra protagonista congelada de ojos fijos no recordaba más. Sólo quien la vio en aquel cruce del stop, sabe que cruzó sin problema. Se dirigió a su casa que estaba cerca. La observó sacar las bolsas de la compra del coche y correr rápido hacia casa. No sabía que tenía el corazón roto, ni que hoy cenaría sola. Saludó al hombre de los periódicos que se sentaba en su callejón.
La vecina de enfrente de la casa de nuestra mujer de hielo es bastante cotilla, y esa tarde miraba por la ventana cómo su conocida de cabellos blancos cocinaba con un ánimo triste. Eso le daba igual, sólo quería saber que era lo que iba a comer el día de navidad. No podía sacar la cabeza porque llovía y hoy había ido a la peluquería, así que sin suerte tuvo que dejar de husmear , y lo único que supo de ella es que hablaba por teléfono mientras cocinaba.
Su perro, el de la vecina, quien era mucho menos falso y superficial, entró empapado por la trampilla de mascotas y la miró con sus ojos grandes y marrones, con el gesto que siempre le ponía para que le echara algo de lo que preparaba. Dejó el suelo hecho un cristo pero ella no se enfadó, le echó un poco de pavo y el perro se alejó moviendo el rabo y terminando de empatuñar todo el suelo . Antes de cruzar la puertita la miró con agradecimiento, buscando su aprobación. La gélida mujer le hizo una mueca por sonrisa, y eso le bastó.
Aquella noche cenaría sola ante la chimenea , vería el programa especial de navidad, miraría el reloj varias veces como si esperara que pasara algo. Le alcanzaría un plato al hombre de periódicos por el suelo de su callejón, de vuelta a casa saludaría sólo por educación a la enterada de su vecina. Y fue entonces cuando ya no la vería nadie más, al menos normal. Se iría a dormir y puede que mirando al techo suspirara y sollozara.
A las tantas sonó el timbre, nuestra mujer bajó las escaleras hacia la primera planta y sintió el frío suelo bajo sus pies. Fuera se escuchaba la incesante lluvia y los ladridos de su amigo guardián. Decidió retocarse pues su corazón volvía a latir e imaginó quien. Podría ser ella, que había reconsiderado la relación. Y ella como una niña ante el espejo respiraba rápido y le temblaban las manos. Observó su rostro pálido, las grietas de sus manos. Bajó a recibirla, en cada escalón parecía que abriera puertas en su psique, el pasillo de la escalera se convirtió en túnel, tras de sí las puertas se cerraban. Y ella corría cada vez más libre, huyendo del frío, huyendo del dolor, huyendo de la soledad. Libre.
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